Soy el Final de Todos los Principios...

Tengo muchos nombres. Antiguos, temidos, venerados. Algunos me llaman La Parca, otros la Dama Oscura, la Segadora, la Innombrable. Tú, probablemente, me conozcas por el más directo de todos: La Muerte.
Sí, esa. Yo misma.
No me mires así, que no vengo por ti. Si lo hiciera, créeme, ya lo sabrías.
Hoy solo he venido a hablarte. A presentarme como corresponde. Como lo que soy: una señora. Una presencia. Una ley.
Desde antes de que supieras contar los días, yo ya caminaba el mundo. Cuando nacen los imperios, estoy allí. Cuando caen también. He visto civilizaciones desaparecer como humo entre los dedos. He recogido a los grandes y a los olvidados. A todos los trato con el mismo respeto... y el mismo destino.
Soy orden, soy ciclo, soy frontera.
Soy la que pone punto final al libro, la que apaga la vela, la que cierra el telón con elegancia. Algunos me maldicen, otros me suplican. Ninguno me detiene. Porque a mí no se me esquiva, no se me negocia. Yo no cedo, no atraso, no me compadezco. Soy justa, aunque les pese.
No soy un monstruo. No soy castigo. Soy consecuencia. Sin mí, la vida no tendría filo, ni urgencia, ni belleza. ¿De qué serviría el amor si no supieras que puede acabarse? ¿Por qué llorarías de alegría si no entendieras que todo es fugaz? La vida brilla, precisamente, porque sabe que yo la estoy mirando.
A veces llego suave, como un suspiro. A veces con estruendo, como un trueno que parte el cielo. Pero siempre llego. Siempre.
Y cuando lo haga contigo —porque lo haré— no habrá gritos ni súplicas que cambien el rumbo. No por crueldad, sino por dignidad. Porque incluso la eternidad necesita límites, y yo soy ese límite.
Así que sigue. Vive. Disfruta. Corre, ama, equivócate. Ríe como si yo no estuviera, aunque sabes bien que siempre lo estoy. No detrás de ti… sino a tu lado, como una sombra bien educada, esperando que llegue tu turno.
Con respeto —y la última palabra—,
La Muerte.
Señora, para ti.

by LuiSaifer (AlDesingStudiO313)

"Dentro de mí vive el hambre" Albert Fish (El Abuelo Caníbal)

No esperes redención. No hay redención para lo que soy.
Ni lágrimas, ni explicaciones.
Solo verdad.
Y mi verdad...
es hambre.
Nací en 1870, en una casa enferma. Mi sangre estaba ya contaminada de voces, de delirios, de sombras. Cuando mi padre murió, me entregaron al orfanato como a una res. Allí me hicieron. Me partieron. Me formaron. Los golpes eran constantes. Los gritos eran himnos. Aprendí a amar el dolor… a desearlo. Y cuando vi a los otros niños tocarse entre sollozos y gemidos, entendí algo sagrado: el sufrimiento es belleza. El dolor… era Dios.
Crecí entre susurros que nadie más oía. Voces dulces, suaves como carne recién hervida. Me decían lo que debía hacer. Me guiaban.
No sabían lo correcto...
sabían lo necesario.
Me casé. Tuve hijos. Jugaba a ser normal. Pero cada noche me desnudaba frente al espejo y me clavaba agujas. Más profundo. Más adentro. Quería que el metal tocara el alma. A veces sangraba. A veces reía.
Y entonces la vi: Grace.
Diez años. Frágil. Limpia.
El cordero perfecto.
La llevé conmigo bajo el disfraz de un caballero amable. Le ofrecí fresas, queso…
y su sonrisa selló su destino.
En esa casa vacía, sin testigos ni redención, la tomé entre mis brazos y la asfixié. Sentí cómo se apagaba. Cómo su aliento se rendía. Luego la abrí. La corté. Trozo a trozo. Con paciencia. Con ternura.
La cociné.
La probé.
La carne de un niño es suave como la leche tibia. Suave como la inocencia, suculenta como el pecado. Tardé nueve días en devorarla. Cada bocado era oración.
Después, le escribí a su madre. Quería que lo supiera. Que sintiera parte de mi gozo, parte de mi gloria. El papel, maldito delator, me traicionó. Me rastrearon. Me encontraron.
No me resistí. ¿Por qué habría de hacerlo? No sentí vergüenza. Solo decepción. Nunca es suficiente. El hambre no muere. Se transforma.
Les hablé de Billy Gaffney. De cómo lo azoté hasta que la sangre dibujó flores en su piel. Le arranqué los ojos. Le corté la boca. Bebí de él. No hay agua que calme la sed del alma enferma.
Me juzgaron. Los vi temblar. Los escuché rezar mientras yo les relataba cada crimen con detalle… con amor.
Yo no rogaba perdón.
Yo era el cuchillo.
Yo era la llama.
La silla me esperaba. Un trono de fuego para el rey de los espectros. Me senté. Cerré los ojos. No recé. Solo escuché una última voz.
Y sonreí.
Antes del fin, les dejé un regalo. Una confesión más. La peor. Tan atroz que mi abogado no se atrevió a leerla. La guardó. La escondió.
Una semilla para los sueños del mundo.
Una pesadilla que sigue viva.
Porque aunque mi cuerpo se fundió con la chispa eléctrica…
mi hambre…
mi hambre jamás murió.
by LuiSaifer (AlDesingStudiO313)