"Dentro de mí vive el hambre" Albert Fish (El Abuelo Caníbal)

No esperes redención. No hay redención para lo que soy.
Ni lágrimas, ni explicaciones.
Solo verdad.
Y mi verdad...
es hambre.
Nací en 1870, en una casa enferma. Mi sangre estaba ya contaminada de voces, de delirios, de sombras. Cuando mi padre murió, me entregaron al orfanato como a una res. Allí me hicieron. Me partieron. Me formaron. Los golpes eran constantes. Los gritos eran himnos. Aprendí a amar el dolor… a desearlo. Y cuando vi a los otros niños tocarse entre sollozos y gemidos, entendí algo sagrado: el sufrimiento es belleza. El dolor… era Dios.
Crecí entre susurros que nadie más oía. Voces dulces, suaves como carne recién hervida. Me decían lo que debía hacer. Me guiaban.
No sabían lo correcto...
sabían lo necesario.
Me casé. Tuve hijos. Jugaba a ser normal. Pero cada noche me desnudaba frente al espejo y me clavaba agujas. Más profundo. Más adentro. Quería que el metal tocara el alma. A veces sangraba. A veces reía.
Y entonces la vi: Grace.
Diez años. Frágil. Limpia.
El cordero perfecto.
La llevé conmigo bajo el disfraz de un caballero amable. Le ofrecí fresas, queso…
y su sonrisa selló su destino.
En esa casa vacía, sin testigos ni redención, la tomé entre mis brazos y la asfixié. Sentí cómo se apagaba. Cómo su aliento se rendía. Luego la abrí. La corté. Trozo a trozo. Con paciencia. Con ternura.
La cociné.
La probé.
La carne de un niño es suave como la leche tibia. Suave como la inocencia, suculenta como el pecado. Tardé nueve días en devorarla. Cada bocado era oración.
Después, le escribí a su madre. Quería que lo supiera. Que sintiera parte de mi gozo, parte de mi gloria. El papel, maldito delator, me traicionó. Me rastrearon. Me encontraron.
No me resistí. ¿Por qué habría de hacerlo? No sentí vergüenza. Solo decepción. Nunca es suficiente. El hambre no muere. Se transforma.
Les hablé de Billy Gaffney. De cómo lo azoté hasta que la sangre dibujó flores en su piel. Le arranqué los ojos. Le corté la boca. Bebí de él. No hay agua que calme la sed del alma enferma.
Me juzgaron. Los vi temblar. Los escuché rezar mientras yo les relataba cada crimen con detalle… con amor.
Yo no rogaba perdón.
Yo era el cuchillo.
Yo era la llama.
La silla me esperaba. Un trono de fuego para el rey de los espectros. Me senté. Cerré los ojos. No recé. Solo escuché una última voz.
Y sonreí.
Antes del fin, les dejé un regalo. Una confesión más. La peor. Tan atroz que mi abogado no se atrevió a leerla. La guardó. La escondió.
Una semilla para los sueños del mundo.
Una pesadilla que sigue viva.
Porque aunque mi cuerpo se fundió con la chispa eléctrica…
mi hambre…
mi hambre jamás murió.
by LuiSaifer (AlDesingStudiO313)